Durante mucho tiempo temí que llegara este momento, me daba pánico imaginar que pasarían los días y cada vez se cumpliría más tiempo sin verte, sin hablarte, sin saber de ti. Pero como dice mi mamá: «no hay día que no llegue ni fecha que no se cumpla». Y eso que tanto temía, llegó sin darme cuenta, sin si quiera intentarlo te dejé de pensar y de extrañar de la forma en que juré que siempre lo iba a hacer.
Creo que durante mucho tiempo me aferré a ti aunque fuera de una forma que me dolía porque en un punto esa se convirtió en la única manera de seguir teniéndote presente o de que siguieras teniendo un espacio grande en mis días. No quería soltarte porque sabía que cuando ya no me dolieras sería de verdad el final de todo.
¿Cómo podría soltar a alguien que ame tanto? me parecía imposible e incluso incorrecto. La respuesta al ¿cómo lo hice? aún me es un misterio. Pero mi hipótesis es que hubo un clic entre mi corazón y mi mente donde ambos entendieron e hicieron las paces con el hecho de que ya no volverías y en ese momento comenzó mi libertad.
Hoy me emociona la idea de un día olvidar por completo tu voz, tu cara y tu nombre. Que pasen los meses y los años y yo cada día sea un poco más libre de ti.
No estaba lista para darme cuenta de que ya te había soltado, que ya no me dolías como antes, que ya no te esperaba y que ya no te veía en mi futuro, no estaba lista para hacerme consciente de que había avanzado sin ti y que así estaba bien, feliz y libre
Tan poquitas ganas tenía de soltarte que cuando lo hice no me quise dar cuenta.
Ahora, abro la puerta y veo un mundo distinto, un cielo distinto y una vida distinta. Según me prometí que te amaría en esta vida y en la siguiente. De eso ya no estoy segura porque me di cuenta que la vida sigue y ya está.